martes, 20 de noviembre de 2012

EL LAVARROPAS

El Lavarropas




















Historia del Lavarropas o lavadora

No sólo hubo un  en el que no había lavadoras, sino que ese tiempo constituye la inmensa mayoría de nuestra historia: se trata de un invento recentísimo. Al contrario que otros de los que hemos hablado en esta serie, no es algo vital –aunque sí muy cómodo– y una lavadora eficaz requiere de ciertos avances relativamente recientes para  diseñada y construida. De modo que, durante milenios, nos las apañamos sin ellas (y hoy en día siguen sin existir en muchos lugares, por supuesto). 

De modo que lo habitual era –y sigue siendo donde no existen las lavadoras– lavar la ropa a mano. Esto requiere básicamente tres cosas: mojar la ropa, si es posible haciendo pasar el agua a través del tejido para llevarse consigo la suciedad, emplear jabón por sus mágicas propiedades anfipáticas y, finalmente, frotar, golpear retorcer y restregar la ropa de modo que forcemos a separarse de las fibras del tejido las partículas de suciedad más tercas. Hacer esto bien requiere de un tiempo bastante largo, y es tedioso y repetitivo, además de cansado… pero no había otra opción, claro. 

El ingenio humano, sin embargo, empezó a buscar algunas herramientas que hicieran el proceso más cómodo y eficaz desde el principio. Por ejemplo, tenemos conocimiento de que los antiguos egipcios ya empleaban batidores de madera con los que golpear la ropa contra las rocas. Este tipo de batidores se hicieron muy comunes (puedes verlos en uso a la derecha), y naturalmente se siguen utilizando hoy en día. Desde luego, aunque los batidores hacen más eficaz el lavado manual, no lo hacen mucho más cómodo. Una vez que las casas tuvieron agua corriente, la cosa mejoró mucho, pues no era ya necesario ir a la fuente o al río a lavar, y las casas se adaptaron a ello. 

Una de las mejoras de los últimos dos siglos fue la tabla de lavar: una superficie ondulada sobre la que frotar la ropa una y otra vez. La combinación de disponer de agua en casa, poder calentarla allí para eliminar la suciedad más fácilmente, utilizar las tablas de lavar y los batidores, etc., hicieron del lavado un poco menos tedioso, pero sólo un poco. Otras mejoras mecánicas fueron apareciendo a lo largo del tiempo, pero todas ellas callejones sin salida en lo que a la mecanización del lavado de ropa se refiere –que es lo que nos interesa hoy–… excepto una. 














En los 60 y 70 llegamos ya a lo que son lavadoras modernas, con un programador electrónico que controla el tiempo de giro, el sentido del motor y la velocidad, permite una miríada de combinaciones posibles en cuanto al tipo de lavado, temperatura del agua, etc. Así como en la primera parte de su historia el objetivo principal de los diseños de lavadoras era aumentar la efectividad del lavado y disminuir la duración del ciclo, en el último par de décadas las mejoras han tendido a centrarse en disminuir el consumo energético y de agua (intentando, claro está, no afectar la eficacia del lavado). El problema es que, como en tantas otras cosas, a veces es difícil alcanzar el equilibrio: cuanto más caliente está el agua y más cantidad de agua se utiliza, más intenso es el lavado, pero menos eficiente energéticamente es la lavadora. 

Algo parecido ha sucedido con el secado. Como hemos visto, al principio las lavadoras no secaban la ropa en absoluto, pero muy pronto se utilizaron las prensas, que son energéticamente eficaces pero no secan la ropa demasiado. El centrifugado fue el siguiente paso, pero requiere una mayor cantidad de energía. Y muy pronto, en algunos lugares más frecuentemente que en otros, aparecieron secadoras junto a las lavadoras –mucho más comunes, por ejemplo, en Estados Unidos y Canadá que en Europa, no sé en el resto de América–. 

Tras un centrifugado o prensado, aún hace falta colgar la ropa para que se seque, mientras que las secadoras que empezaron a aparecer a mediados del siglo XX dejaban la ropa completamente seca y lista para guardar… a cambio de un uso ingente de energía, claro. Las primeras en aparecer eran muy básicas y poco eficientes energéticamente (aunque se siguen usando muy a menudo); simplemente toman el aire circundante, lo calientan mucho y lo introducen en el tambor, de modo que una gran cantidad de agua se evapore. A continuación cogen ese aire muy caliente y muy húmedo y lo sacan del tambor al exterior de la casa. 





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